Se despierta en un lugar con muchas maquinarias. Hay ruidos extraños. "¿Quién me trajo?", murmura. "¿Hay alguien?", gritando a todo pulmón. Soslayo era un ser particular, pero no sabía por qué.
Del otro lado, una niña que jugaba. No podía escuchar nada, solo era una habitación blanca. Una niña muy adorable y con una sonrisa muy brillante. Sentina era así siempre.
Arriba, un hombre muy serio. Él leía un libro cuidadosamente, lo sostenía con sus manos ásperas y con ánimo cambiante a medida que lo leía. Sumerio solía estar solo.
Escondido estaba un muchacho que entró buscando comida, con harapos en vez de ropa y una mirada perdida de esperanza. Salterio llamaba la atención al buscar comida. Él notó que habían muchas máquinas y se cruzó con Soslayo, quien se impresionó de su belleza y magnificiencia, aunque no tuviera ropa decente. Se perdieron en los ojos del otro.
Sentina no tenía memoria y siempre era visitada por Sumerio, quien le contaba cuentos que ella olvidaría rápidamente. Sumerio acudía a ella para que alguien cuente quién es cuando se vaya, pero ella no podría.
Las máquinas se detuvieron. Ya se acabó el sueño.