Segismundo contemplaba por la ventana, mientras Aristicia intentaba remanar en una hoja de papel de la mesa.
-En mi ventana crece una flor.-Comentó Segismundo-.
-¿Tú la plantaste?
-No, empezó a crecer el otro día. Primero era un brotecito, y luego no sé... Como si ya estuviera planeado que creciera allí. -Dijo pensativo-.
-¿Cómo te hace sentir eso?-Distraída como siempre ante las incomodidades de su interlocutor-.
-Más que una flor, parece una espina. No puedo sacarla.-Con leve pesar-.
-¿Quieres que la saque?-Un poco molesta frente al papel-.
-No. Es simplemente una flor. Ya me acostumbraré a ella.
Silencio.
Aristicia siguió en lo suyo mientras Segismundo tocaba su pecho con mucho dolor, como si de una puñalada se tratase. Con gran tapujo, intentó caminar hacia la puerta de la habitación, pero se desmayó a unos pasos de esta.
De la sorpresa, Aristicia se levantó de su silla y corrió tan rápido como pudo. Con ese accionar, generó un poco de brisa con la cual el papel cayó por la ventana.
Ella gritó lo más fuerte que pudo por ayuda, hasta que notó el puño cerrado de Segismundo. Con susto y lágrimas en sus ojos, lo abrió con su mejor esfuerzo y notó una pequeña flor roja.
-Aristicia, lamento decirle que alguien colocó veneno en la flor de la ventana.