20 de septiembre de 2020

Muerte

Segismundo contemplaba por la ventana, mientras Aristicia intentaba remanar en una hoja de papel de la mesa.

-En mi ventana crece una flor.-Comentó Segismundo-.

-¿Tú la plantaste?

-No, empezó a crecer el otro día. Primero era un brotecito, y luego no sé... Como si ya estuviera planeado que creciera allí. -Dijo pensativo-.

-¿Cómo te hace sentir eso?-Distraída como siempre ante las incomodidades de su interlocutor-.

-Más que una flor, parece una espina. No puedo sacarla.-Con leve pesar-.

-¿Quieres que la saque?-Un poco molesta frente al papel-.

-No. Es simplemente una flor. Ya me acostumbraré a ella. 

Silencio.

Aristicia siguió en lo suyo mientras Segismundo tocaba su pecho con mucho dolor, como si de una puñalada se tratase. Con gran tapujo, intentó caminar hacia la puerta de la habitación, pero se desmayó a unos pasos de esta.

De la sorpresa, Aristicia se levantó de su silla y corrió tan rápido como pudo. Con ese accionar, generó un poco de brisa con la cual el papel cayó por la ventana.

Ella gritó lo más fuerte que pudo por ayuda, hasta que notó el puño cerrado de Segismundo. Con susto y lágrimas en sus ojos, lo abrió con su mejor esfuerzo y notó una pequeña flor roja.




-Aristicia, lamento decirle que alguien colocó veneno en la flor de la ventana.


16 de septiembre de 2020

Roncero

Madrugada violácea, que se marchita poco a poco en la sanidad de la hora.

Las hojas caen tal y como se desplazan las ideas. Recorría la noche y el día en compañía de simples manzanares, despinzando unas morenas lejías. 

"¿Ya es suficiente?", se preguntaba mientras contentaba irónicamente una mugrienta sequía de plantías mentales; y con lentitud se violentaba intentando palmar una mera romería. 

Los calcinados correntíos eran muy visibles: no quedaba nada para salvar durante los armisticios.


Con sudor en su plana frente, decidió excavar un viejo cajón de madera con una hoja de papel.

"Eres lo último que queda" comentó, y sin tapujos rasgó parte de su piel para obtener tinta roja. 

Con severo cuidado, resguardó la hoja otra vez y, con amargo sabor, cayó al sediento suelo. 


Desde entonces nadie volvió a escuchar su respiración. 


3 de septiembre de 2020

Miscelánea

La tesis del poblano es como una simetría de números y lupino. Comprende desde la bioluminiscencia de las antorchas voladoras hasta aquellos pimientos rojizos del cobertizo de 
la munisalva. 
Siempre que puede, recorre los pasillos en busca de fragmentos inocuos que le ayuden a pensar una querella que se pueda resolver. Y como buen infesto humano, puede hallar algo de utilidad para su propósito. 

Descuidado, corpulento, sinuoso y como si fuera muriato, siempre sabrá perturbar el orden del lugar. 

¿Cómo detenerle? Sabe demasiado para ser parte de un simple corrillo. 

"¿Cómo detenerle? Es simple, no tiene razón de existir ahora; deshacerse de él toma en cuenta 5 pasos", pensaba el General de la Manutención. Pero cuán fue su sorpresa cuando notó que le conocía de un viejo entorno institucional.

"No puedo hacerte nada", pensó el General,  y guardó el espejo del salón.