Con sangre en sus pies, ella siguió caminando hasta que se desplomó, en estado de inanición y con una mente maltrecha.
-Hola, ¿cómo estás?
Ella reaccionó, intentando apartarse, pero su cuerpo cansado no podía moverse.
-No te preocupes. Acá hay algo de agua.
Ella no quería tomar realmente, no quería alimentarse. Sin embargo, la paciente compañía de aquella persona le hizo hacer el intento.
Él sonrió.
-¿Cuál es tu nombre?
Con dificultad, ella con voz casi inaudible:
-Me llamo Yeaq.
-Qué bonito nombre.
-... ¿Y tu nombre?
-Cada tanto me invento un nombre. Pero no sé cuál darme ahora. ¿Cuál me pondrías?
-No lo sé, yo también tengo muchos nombres. Me llamo Yeaq para simplificar.
-Oh.
Él quedó pensativo y Yeaq le observaba. Estaba bien vestido, pero parecía muy confundido.
Y supo qué decirle.
-Te voy llamar Tej.
-Me gusta, gracias.
Sonrieron. Yeaq se animó un poco mientras se frotaba sus pies lastimados y decidió seguir hablando.
-¿Vale la pena seguir?
-Sí. -Dijo con mucha seguridad-.
-No sé si deba seguir.
-Yo creo que sí. Te lo dice alguien que estuvo destrozado.
Ella sonrió.
-Gracias.
-De nada.
Hubo un poco de silencio.
-¿Me acompañás?
-Sí, vamos.
En una lúgubre noche, corría el río cerca de ellos; yendo a quién sabe dónde.