En la más olvidadas de las tierras estacionarias, Sea y Mirr cabalgaban por la áridas planicies y mesetas. Por un momento pararon para beber agua por la sed que provocaba el calor abrasador y Sea sacó del bolsillo interior de su uniforme un sobre marrón.
-Llegó esta carta.
-Qué curioso, acá no llega la correspondencia. ¿Sabe de quién es o a dónde iba dirigido?
-Realmente no, pero la comandante me ordenó enterrarla por esta zona para que no llegue al cuartel. Como a la mayoría de lo extravagante.
-¿Entonces por este lugar están cartas y otros papeles desterrados?
-Sí, hace años debo hacer este trabajo. Aunque también hay objetos.
-¿Hacía falta que yo venga?-dijo mientras se limpiaba con un pañuelo el sudor de su frente-.
-Esta vez sí. Así son las órdenes.
-Bueno, pero ¿por lo menos podríamos leerla?
-No, pero no te voy a negar la libertad de leer algo que hay que desterrar. Yo una vez lo hice.
-Vaya, quiero ver entonces.
Sea le extendió el sobre, Mirr lo recibió, sacó una hoja doblada y la desplegó.
"Estimada, te escribo esta carta para recordarte lo mucho que te extraño. Quisiera saber si en estos días podría..."
-¿Qué pasa? ¿Por qué paraste?
-...
-¿Estás bien?
-Esta carta es demasiado intensa. No puedo seguir leyendo.
-Interesante. Te pasó lo mismo que a mí la primera vez. Por eso ya nunca más leí.
-Comprendo... entonces sigamos con el trabajo. ¿Esta zona está bien?
-Sí. Cavemos.
Con la tarea finalizada, Mirr tomó un largo sorbo de agua hasta percatarse de una persona caminando a lo lejos.
-¿Quién es?
-¿Quién? Ah, es Yeaq.
Yeaq parecía ser una mujer, con harapientas ropas y los ojos vendados; palpando el suelo, temblando y pareciendo buscar algo.
-¿No podemos ayudarle?
-No, ya lo intenté muchas veces. Se empecina en buscar los objetos desterrados, de sentirlos; no quiere volver a la colonia hasta encontrarlos a todos.
-¿Y por qué tiene los ojos vendados?
-Es su castigo por buscar objetos y papeles viejos.
-Y si dejara de buscarlos, ¿le quitarían la venda?-preguntó con interés-.
-Quizás.
Se subieron a sus caballos y antes de alejarse de esas tierras áridas y arenosas, Mirr vio cómo Yeaq usaba a su favor una ventisca de viento para desterrar un viejo reloj. Al tocarlo, su rostro pálido y sus labios tristes cambiaron a una gran luminosidad, lágrimas y sonrisas de alegría. Sostenía ese reloj con suavidad y le acariciaba con cariño; como si ya lo hubiera tenido antes.