4 de junio de 2015

Columnas

En el sentido de la vida he vagado como un perdido de la guerra: todo lo que hice fue inútil, y siempre por convicciones de otros. ¿Por qué me dejé convencer con propuestas vanas? 
En mi camino de bagaje encontré muchas personas peores que yo: se autoengañaban con una mentira tan clara como el agua del rocío que cae por la noche. 
Me aturdí, no puedo pensar en tantas contradicciones de mi existencia. ¿Por qué hacía lo que no era lo mejor para mí, intentado copiar una ideología colectiva? ¿Por qué degradaba mis propias opiniones, con sus respectivas conclusiones? 
Sentía que estaba de más.
-Che, ¿podrías moverte?-me dijeron por detrás. Pensé que me estaba molestando, pero el que se quedó parado era yo.
-Disculpame- le dije- pero no puedo moverme.
Esta persona amable, sin embargo habilidosa, me movió. Entendí que yo era la quinta columna que sobraba dentro de ese espacio cuadrado. Así funcionan las cosas: lo que no encaja debe irse. 
"Char", como se hacía llamar esta persona, me llevó a una infraestructura superior a la que estaba, y sorprendentemente sentí que hacía falta allí. 
Me había dado cuenta que cada uno de nosotros tiene una función especial en este lugar. Y mi función era especial.

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